La
especie humana está hoy día fuertemente infectada por parásitos. Cada uno de
nosotros tenemos docenas de parásitos distintos, de los 120 parásitos comunes
que podemos encontrar en el cuerpo humano. Somos y hemos sido siempre perfectos
receptores de parásitos. Nuestro cuerpo es suficientemente grande para proveer
alimento y cobijo a un gran número de ellos. El hecho de que no los podamos ver
o aparentemente notar, nos hace suponer erróneamente que no los albergamos.
Pero ahí están alimentándose de lo mejor de nuestras células, mordiendo,
masticando, tragando y dejándonos sus deshechos tóxicos dentro de nuestro
organismo.
Actualmente
está demostrada la incidencia de distintos tipos de parásitos en determinadas
enfermedades. Pero no solamente el propio parásito es el causante de ellas sino
también los virus y bacterias
que los infectan e introducen en nuestro cuerpo. Cuando su presencia
es numerosa pueden hacernos sentir bastante enfermos.
Los
parásitos muchas veces no son tan peligrosos por la amenaza que en sí mismos
representan como por la considerable cuota de desechos que descargan
en nosotros (toxinas y excrementos). El cuerpo encapsula estos elementos
extraños, junto con contaminantes y otros residuos rodeándolos de grasa en un
intento de aislarlos del torrente sanguíneo (donde comportarían un verdadero
riesgo).
Las limpiezas orgánicas y la desparasitación ayudan
a ir removiendo poco a poco estos elementos por las vías y canales naturales de
excreción que el propio cuerpo dispone y rompen con este ciclo vicioso de
parasitosis-toxemia que, según investigaciones realizadas todo esto conduce
a una acidificación crónica del organismo (precursor de cualquier enfermedad
degenerativa en un estadio avanzado, incluido el cáncer ).
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